EL SABOR DE LA VENGANZA

EL SABOR DE LA VENGANZA
CAPÍTULO II
La mañana en la que el inspector Álex Baró se incorporó al trabajo en la comisaría de Chamberí, lo hizo con la ilusión del primer día en que recibió el nombramiento de inspector. Había disfrutado de unos días de descanso en compañía de Nelly, y durante ese tiempo consiguió aclarar algunas cosas que se estaban enturbiando en la pareja, por culpa del trabajo. La normalidad empezaba a ser habitual entre ellos y por esa razón, cuando Álex acudía hoy a la oficina, lo hacía satisfecho de volver a lo que, siendo una parte muy importante de su vida, no lo era todo: su trabajo.
Su despacho, que había permanecido cerrado durante aquellos quince días, le recordó la misma falta de ventilación que notó en su casa tras la muerte de su madre. Una vez hubo abierto las ventanas, se dispuso a meditar cómo empezaría aquella jornada en la que sus compañeros acudirían, igual que él, para iniciar una nueva investigación que, seguro, no tardaría en presentarse. Sacó los papeles que tenía en los cajones de su escritorio poniéndolos sobre la mesa, para ojear lo que pudiera haber quedado pendiente de solución, cuando abandonó el despacho para tomarse unas pequeñas vacaciones. No encontró nada pendiente, porque el último, el de Manuel, quedó perfectamente cerrado con la detención de los culpables.
Todo estaba como lo dejó. Los últimos apuntes sobre la detención y el ajusticiamiento de El Guapo, así como el encarcelamiento de su madre La Madame, le pusieron rápidamente al corriente de qué era lo primero que tenía que hacer. Tomó notas sobre las instrucciones que daría a sus agentes cuando se incorporaran al trabajo, y se guardó para sí la que creía misión más importante para iniciar la jornada.
Se encaminó hacia el despacho del capitán Matías, para anunciarle que se incorporaba al trabajo, y que sus compañeros lo harían en el transcurso de la mañana. También le indicó que iba a acudir a la cárcel de Carabanchel donde estaba la madre de Manuel Rubio, para avisar a los funcionarios de la prisión de que no permitieran que Melindres recibiera ninguna visita que no hubiera sido antes autorizada por él mismo. Aunque el capitán no estaba muy de acuerdo con Álex sobre esta medida, al fin accedió después de las explicaciones que el propio inspector le dio. Algo se temía Álex cuando decidió dar este paso, pues presumía que los esbirros del malogrado Manuel se organizarían a través de su madre visitándola en la cárcel para vengar la muerte de su jefe y la de ella misma.
De vuelta a su despacho, se quedó mirando por la ventana como tantas otras veces, en las que creía ver una sombra sobre su actuación, aunque en este caso no había motivos para dudar de que la primera acción que debería hacer era la que había comentado a su jefe Matías.
En el transcurso de la mañana se fueron incorporando a su despacho Martín, Tony y Cosme. Este último le comentó que no había dejado de asistir a la comisaría en los días pasados, y que le gustaría compartir algunas cosas que había averiguado revisando casos en los Archivos. Martín, por su parte, relató la delicia de haber disfrutado de su familia durante tantos días seguidos. Además, se le notaba en el ánimo que no mentía, que había estado despreocupado de su trabajo al que no había echado de menos. También Tony dijo estar contento de volver, que ya lo deseaba, porque había sido mucho tiempo sin actividad y él quería comenzar cuanto antes con un trabajo que le satisfacía hacer. Dijo también que había estado preparando los papeles porque en unos meses deseaba casarse con Maggy, lo que llenó de alegría a sus compañeros.
Vista ya la disposición de su gente, Álex les informó que iba a acudir a la cárcel de Carabanchel, para visitar a La Madame, como había anunciado al capitán. Pedía un voluntario para que le acompañara y se ofreció, como siempre, Tony que era el que parecía más dispuesto a empezar el trabajo, por haberlo echado de menos durante aquellos días de asueto. Con esta disposición, los agentes Martín y Portero se dedicarían a preparar sus notas, para estar a disposición de su jefe, ante cualquier asunto que entrara en Homicidios.
A primera hora de aquella tarde, Álex, en compañía de Tony se dirigió hacia la cárcel de Carabanchel para acometer aquella visita que el inspector había planeado a su llegada a la oficina. Por el camino Tony se interesó por la dedicación del tiempo que tuvo su jefe durante los días de descanso y Álex se limitó a decir que solo había disfrutado de paz y tranquilidad; que no había hecho nada del otro mundo, solo pasear con Nelly y descansar en la casa de la sierra.
Tony se entretuvo en contar los planes de la boda que había estado formalizando con Maggy. Se le veía ilusionado cuando refería a su jefe aquel acontecimiento que parecía culminar un largo recorrido. Álex le escuchaba admirado de que tuviera tan viva la ilusión por compartir su vida con la persona a la que quería. Él, por su parte, se encontraba en una situación algo diferente, aunque deseaba que llegara un día en el que tuviera los mismos pensamientos que su joven compañero. Aunque de momento no era así.
A su llegada a la penitenciaría les recibió el director del centro. Era un hombre de unos cincuenta años con el pelo ya encanecido, y con una cojera que le hacía parecer mayor. Vestía un usado traje de chaqueta de color gris que entonaba con la decoración de todo el recinto, y calzaba unos zapatos negros de cordones que llevaba algo desatados. Parecía que había tenido que acudir con urgencia cuando le notificaron que el inspector Baró había llegado a la cárcel. Las gafas de concha se revelaban por mantenerse en su lugar, porque caían sobre la punta de su nariz, dando al funcionario un aspecto aún más avejentado. Mostraba un carácter afable que gustó al inspector, porque trasmitía tranquilidad.
Una vez escuchó el deseo de Álex condujo a los agentes hasta un despacho en el que les dejó hasta que llevaran a la reclusa.
El recinto era modesto, de una sobriedad propia de este tipo de establecimientos y al inspector le llamó poderosamente la atención que no hubiera ningún cuadro colgado de las paredes. Éstas estaban pintadas de blanco y la única decoración que podía apreciarse eran unas cortinas, muy ajadas ya, que lograban evitar que el sol de la mañana penetrara a través de la ventana, en los días calurosos del verano. En el centro de la sala había una mesa de madera, con las esquinas romas y solo tenía una hoja de papel en blanco sobre un cartapacio algo deteriorado. Comparado con su despacho, —pensó Álex—, este era realmente monástico, aunque se observaba que era cuidadosamente saneado a diario.
No más de unos pocos minutos tuvieron que esperar los agentes a que hiciera su entrada en la sala la reclusa Adela Melindres. Venía ataviada con una larga blusa que le llegaba por debajo de las rodillas, y calzaba unas zapatillas que ataba con unos cordeles sobre los tobillos. Nada más entrar en la habitación mostró su extrañeza al encontrar a los agentes que le habían detenido, sentados tranquilamente. ¿Qué vendrían a buscar aquellos dos polizontes? ¿No habían ya conseguido destrozar su vida?
Con paso lento se acercó a la mesa donde estaban situados los agentes y el director le mandó a la reclusa que se sentara en una silla. Cuando el alcalde del centro se marchó, Álex se fijó en la detenida. Se veía que había perdido algunos kilos y la falta de potingues en su cara, dejaba al descubierto el paso de los años. Había perdido la lozanía que en otros tiempos lucía como dueña del lugar donde habitaba.
Adela miró de soslayo a los agentes y poco le faltó para que escupiera en su presencia, anunciándoles lo que iba a ser aquella entrevista.
—Buenos días — saludó el inspector.
La Madame no contestó al saludo de Álex, en su lugar le dirigió una mirada desafiante, en espera de que planteara el motivo de aquella inesperada visita. El inspector se tomó su tiempo y cuando habló de nuevo lo hizo de manera pausada, dando énfasis al sentido de lo que quería trasmitir.
—Veamos Adela; solo la retendré unos minutos. Va a pasar mucho tiempo entre estas paredes y quiero informarla que no deseo que ninguno de sus esbirros venga a esta cárcel. Las visitas están prohibidas si no cuentan con mi consentimiento. Todas las personas que vengan a visitarla deberán llevar antes un pase que yo les entregaré.
—No tiene usted derecho a prohibir las visitas de mis familiares. Lo pondré en conocimiento del director para que no tenga efecto la chulería de su decisión.
—Ya lo he hablado con el director y está de acuerdo en que se haga como le he dicho. Solo quería decirle que no vamos a permitir que desde la cárcel siga gestionando sus sucios negocios.
Sin mediar ninguna palabra más, Álex se levantó junto a su compañero y se dirigieron a la salida donde les esperaba el funcionario de prisiones. Este mandó entrar al agente que montaba guardia fuera de la sala para que se llevara nuevamente a la reclusa al lugar donde se encontraban sus compañeras. La Madame se levantó de la silla y con un ademán de despotismo se dirigió a la salida, dejando a los agentes sorprendidos del alarde de desprecio. Al abandonar la sala, Adela les dijo:
—Se arrepentirán de lo que han hecho. Tengan presente que estarán siempre vigilados y les recomiendo que no pierdan su espalda porque el día menos pensado alguno de ustedes caerá, como ha caído mi hijo.
Álex miró con desprecio a aquella mujer, y volviéndose hacia el agente le indicó que los acompañara hasta la puerta. Al salir a la calle, Tony le dijo al inspector.
__ ¿Por qué esta medida Álex?
__ Porque estoy seguro de que esta fulana pondrá a su gente en contra de nosotros y nos acarreará algún percance. No me cabe duda de ello, Tony. A esta gente el odio les dura toda la vida.
—Bueno pues deberemos estar atentos a lo que ocurra en el barrio de Adela, para que su gente no nos sorprenda con algún desaguisado. Estaremos pendientes de los movimientos que se produzcan.
Llegaron al despacho de Álex esperando encontrar a Martín y a Portero y los agentes no estaban en la comisaría. Habían recibido un aviso en el que una persona había sido herida con arma blanca, durante una pelea en un bar cercano a la plaza Elíptica.
Esperaron la vuelta de sus compañeros para recibir la información del caso y disponer el trabajo para la jornada que acababa de empezar.
Parecía que los hábitos se iban normalizando en la comisaría, porque las llamadas telefónicas y los comunicados en los que se anunciaba alguna incidencia empezaban a ser frecuentes. Tony marchó a su despacho para esperar allí a sus compañeros y preparar el asunto que tendrían que emprender cuando llegaran Martín y Cosme con el informe de la reyerta.
Al poco de llegar, Martín le informó que solo había sido una disputa en la que uno de los individuos había recibido un corte en la cara con una navaja; no se había realizado denuncia del hecho, por lo que el asunto no merecía más atención. En esto estaban cuando recibieron una llamada del inspector que les anunciaba un nuevo caso que acababa de producirse en las cercanías de Carabanchel Alto. Cuando llegaron los tres agentes a su despacho, Álex les informó al completo de la noticia que había recibido anunciándoles que debían ponerse en camino lo antes posible. Se trataba de una mujer que había sido encontrada muerta en las afueras del barrio, en una nave medio derruida en la que se guardaban botos y tinajas de vino. La mujer había sido hallada por el dueño de la nave, cuando fue a recoger una pequeña tinaja, que iba a destinar para guardar unas patatas que había sacado de su huerta.
Los agentes se pusieron en camino hacia el lugar de la llamada y cuando llegaron, la policía ya había vallado el terreno. La verdad es que era una zona poco transitada, con algunas huertas familiares, y aun así el acordonamiento del espacio, como lugar del crimen, debería ser escrupulosamente custodiado para no contaminar las posibles huellas que pudieran ayudar a desentrañar lo sucedido. Allí estaba también el dueño de la nave que fue interpelado por Álex, para que le contara cómo halló el cadáver.
El hombre dijo no saber nada; solo que al abrir la puerta de su local se encontró con aquel escenario y que sin tocar nada llamó a la policía. Les relató que era una zona poco concurrida y que hacía muchos días que nadie había pasado por aquel lugar. Al llegar a la nave ya le extrañó que estuviera la puerta sin echar el cerrojo. Él no solía echar la llave, dejando el cerrojo siempre puesto para evitar que las inclemencias del tiempo o algún animal pudieran abrirla, penetrando en el recinto. Se sorprendió al ver algo que sobresalía de una de las mayores tinajas que había al fondo de la nave; en un principio no se atrevió a llegar hasta donde se encontraba el recipiente. Se armó de valor y se acercó viendo, en primer lugar, lo que creyó ser algún animal que había caído en la trampa al tratar de comer algo del interior. Le produjo una sensación de alarma cuando descubrió lo que había dentro del boto.
Un pie asomaba por el recipiente con un zapato mientras que el otro estaba desnudo. No se atrevió a tocar nada para no verse involucrado, dejando alguna huella que luego iría en su contra. Acercó un taburete que utilizaba para subirse a las cubas y comprobó que se trataba de una mujer que estaba boca abajo dentro del tonel. Alguien había medio llenado de agua la tinaja, pues él siempre tenía el recipiente totalmente vacío, por lo que no podía saber a ciencia cierta si se trataba de una mujer o de una muchacha, y lo único cierto era que el cuerpo estaba ahogado en aquella cuba.
El inspector Baró montó posiciones en los alrededores y mandó comprobar a su gente posibles huellas que pudieran ayudarle a determinar la causa de aquella muerte. Como el suelo era de arena, Tony se encargó de buscar huellas de pisadas para anotarlas en el bloc que siempre llevaba consigo. Martín junto a Cosme, se dispusieron a inspeccionar toda la nave por si había pruebas de haber tenido lucha antes de llegar a la muerte de aquella mujer. Después de dar muchas vueltas por el recinto, no encontraron nada que pudiera servirles para iniciar el seguimiento de una pista. El resto del local estaba como si nadie hubiera pisado aquel suelo en muchos años. No había huellas por ningún lado, excepto las del dueño del local y de los policías que habían acordonado la zona del crimen.
El Forense que había sido avisado acudió poco tiempo después para determinar la muerte y proceder al levantamiento del cadáver. Cuando lo hicieron pudieron ver la cara de aquella mujer que ya empezaba a ponerse del color de la cera. Tenía el pelo de color negro y ahora que estaba mojado brillaba como el azabache; las vestiduras eran baratas, aunque se encontraban en buen estado. La muchacha que no tendría más de veinticinco años, aunque no era muy agraciada, no resultaba desagradable. Ya tendrían tiempo de averiguar quién era aquella desdichada y cómo pudo producirse el asesinato.
Los agentes esperaron hasta que el Forense se llevó a la fallecida para analizar el cuerpo y hacer la autopsia correspondiente. Una vez que se alejaba el vehículo, Álex consultaba las notas que había estado tomando y le extrañó las circunstancias que rodeaban aquel asesinato. Tanto el lugar como la forma en la que fue encontrada aquella muchacha daban a entender que el asesino no había tenido mucha imaginación para ocultar el cuerpo y conseguir alejar su localización en el tiempo.
Una vez en el despacho Álex dispuso a sus hombres para que se acercaran por la zona donde las mujerzuelas solían pasar largo tiempo en busca de clientes, con el fin de poder identificar a la fallecida. La muchacha se encontraba sin ninguna documentación, y era evidente que se trataba de una mujer de vida fácil, que no había sabido salir bien parada de un lance que su profesión, algunas veces, les exigía. Había terminado como tantas otras mujeres que ejercen ese trabajo de frustración, porque no luchan por salir de esa miserable vida.
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