INSPECTOR ÁLEX BARÓ

LOS CRÍMENES DEL ARRABAL

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

En el otro lado de la ciudad, el inspector de homicidios Álex Baró está atendiendo una llamada telefónica. Su gesto indica que alguna misión desagradable le está siendo encomendada en la noticia que recibe y, por el rictus de su cara, deja entrever que algún delito ha sido cometido. De pie, frente a un gran ventanal de su despacho, acompañado por sus dos ayudantes, se le ve preocupado. Es un hombre de unos cincuenta años, alto, bien parecido, con el pelo negro ensortijado y muy corto. Viste un elegante y pulcro traje de corte italiano que parece salido de la tienda. De perfil parece un hombre frágil, con los hombros caídos hacia delante y, cuando se da la vuelta, al dejar el teléfono sobre la horquilla, su semblante se muestra agradable y familiar. Tiene una sonrisa contagiosa y se le ve seguro de sí mismo. Sus movimientos son refinados, y su manera de hablar, educada. Es un policía de los de antes: comprometidos con su trabajo y dedicado a él en cuerpo y alma, prescindiendo en ocasiones de su tiempo de descanso.

No está casado, aunque tiene encuentros puntuales con su gran amiga Nelly, que está loca por sus huesos. La muchacha le ha pedido el matrimonio en muchas ocasiones, pero Álex no parece estar dispuesto a perder su independencia. Quizá no sea solo por eso; es también por el tipo de vida que lleva, enteramente dedicada a su trabajo, que le absorbe la mayoría de los días hasta catorce horas seguidas. «Esto no es para un casado», le dice a Nelly cuando esta le martillea sobre contraer matrimonio.

Últimamente ha engordado algo y parece que el sobrepeso le impide realizar alguna de las tareas de la calle. Siempre que puede es él mismo el que se acerca al lugar de los hechos, en los casos que investigan para tomar de primera mano la información. Tiene gran facilidad para situar las piezas de los trabajos que destinan a su departamento de Homicidios y eso, en parte, gracias al gran equipo que tiene a su lado.

Martín Sanabria y Tony Moretti son sus fieles ayudantes, además de amigos, que llevan ya varios años a su lado. Con su ayuda ha solucionado la mayoría de los casos que les han encomendado. Solo recuerdan un homicidio que no han podido resolver, donde el homicida desapareció sin dejar rastro. Fue cuando se asesinó a una muchacha de dieciséis años, que fue encontrada estrangulada en un parque algo alejado del arrabal, sin que nadie hubiera visto ni oído nada. Después de varios meses de investigación, las pesquisas no dieron los resultados fiables y el caso quedó en vía muerta.

Aún recuerda Álex el desaliento que sintieron él y sus dos compañeros por tener que abandonar la investigación de aquel caso por mandato de su capitán.

No obstante, Álex retiene en su memoria lo ocurrido, porque está convencido de que los asesinos, cuando no son descubiertos, pasado algún tiempo, vuelven a cometer otros crímenes similares. Por eso, ahora, ante la noticia que había recibido a través de la llamada de teléfono, recordó aquella muerte como una punzada que se clavaba en su cerebro. Cuando se volvió hacia sus ayudantes con el gesto serio, Martín le preguntó:

—¿Qué tenemos, Álex?

—Simplemente otro nuevo crimen —contestó el aludido.

—¿Debemos ponernos en camino o esperamos algún informe?

—No. Creo que debemos ir enseguida. Es una muerte más en el arrabal del Manzanares. No hay ninguna información de cómo ha ocurrido —dijo Álex—. Así que, pongámonos en marcha.

El más joven de los oficiales, Tony Moretti, es un muchacho de veintiocho años que tiene una eterna sonrisa en los labios. Emigró desde un pueblecito de la Cerdeña italiana cuando era muy joven y se había acomodado con facilidad en una ciudad que le brindó buena acogida. Suele vestirse de manera despreocupada, sin ser desaliñada. Los vaqueros y las camisas de cuadros son sus preferidos y se calza con unos mocasines que, según sus palabras, le dan libertad y comodidad. Tiene una cara redonda y aniñada, y unos ojos claros que trasmiten una sensación de tranquilidad y confianza. El pelo negro, algo largo, reposa sobre sus hombros y él se lo atusa continuamente para que no le caiga sobre la cara. Hace solo tres años que trabaja con el inspector Álex Baró y ya se entienden como si llevaran toda la vida trabajando juntos. Se compenetran a las mil maravillas, lo que hace mucho más fácil el trabajo en equipo. Tony se toma muy en serio su profesión y rara vez dice no a una llamada de su jefe, cuando este le requiere a altas horas de la madrugada. Vive solo, y más de una vez, al llegar a su casa, ha tenido que tomar precauciones al notar que alguien se ha colado en ella. Su novia, Maggie, suele presentarse sin avisar, ansiosa, para echarse en sus brazos. Está totalmente enamorada de Tony y seguro que el día menos pensado se casará con él.

El veterano agente, Martín Sanabria, es un hombre ya maduro de cincuenta años que lleva mucho tiempo en la policía. Ha pertenecido a distintos servicios dentro de la oficina central. Actualmente está destinado desde hace algunos años a las órdenes del inspector Álex Baró, donde se encuentra totalmente identificado por cómo se hacen las cosas a su lado. Está casado con Sara y tiene una hija pequeña de nueve años a la que adora con toda su alma. Sara, cinco años más joven que él, había tardado algún tiempo en quedarse embarazada, y cuando al fin tuvieron a la pequeña Samanta, se sintieron los padres más felices del mundo. Al despedirse de su mujer cada mañana para acudir a la comisaría y darle un beso, Sara se dice para sus adentros: «Vuelve cuando sea, cariño, pero vuelve». Martín siente no poder estar con ella más tiempo, porque, al igual que sus compañeros, dedica todas las horas que sean necesarias para investigar los casos que encomiendan a su departamento. Es el más tozudo de los tres. Nunca se da por vencido y siempre encuentra un motivo para seguir una pista por pequeña que esta sea. Por eso, ahora que veía a su jefe y compañero con esa mirada triste ante el caso que les habían asignado, pensó que tenían que empezar cuanto antes para no perder ningún detalle de lo ocurrido. «Los primeros datos que se tomen del lugar de los hechos suelen ser los más fiables a la hora de sacar conclusiones para resolver el caso», se dijo, recordando las palabras de su jefe.

Su expresión suele ser dura en situaciones normales, pero, cuando algo se tuerce en la investigación, adquiere tintes de violencia. La tozudez de Sanabria ha ayudado a solucionar algunos de los casos más difíciles que les asignaron. En el fondo es un hombre familiar que, fuera de su trabajo, su mujer y su hijita son lo único que le preocupan, y con ellas comparte todo el tiempo que le queda libre.

—Pongámonos en marcha —dijo Álex—. Por el camino os iré dando detalles de esta misión.

Salieron de la comisaría en dirección al lugar de los hechos con la intención de conseguir la información que les permitiera aclarar lo antes posible el crimen que allí se había cometido. Cuando iban bajando por las escaleras, se cruzaron con el capitán Gonzales, que les preguntó:

—¿Dónde vais tan temprano?

—Tenemos trabajo, jefe. Han llamado desde la central. Un homicidio.

Y sin mediar más palabras salieron del edificio, encaminándose hacia el coche que estaba aparcado delante de la puerta de la comisaría. Una vez montados en el viejo coche de Álex, un Ford de los años cincuenta, el inspector comentó con sus agentes:

—Es una misión más de las muchas que hemos realizado otras veces. Esta tiene un especial condimento. Se trata de un mendigo de esos que viven en los arrabales de la ribera sur del río Manzanares, y parece que existe un absoluto mutismo sobre quién ha cometido el homicidio. Los vecinos del lugar no parecen haber observado cómo ni quién cometió el crimen. Debemos conseguir alguna información que nos ayude a dar con el criminal. Será tarea laboriosa y daremos trato de prioridad a este crimen, que nos robará muchas horas de sueño.


Continuará próximamente.

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